Lidiar con las ofensas
- Sofia Cherigny
- 1 nov 2024
- 4 Min. de lectura
No solemos plantearnos que tengamos que cambiar nuestra visión y percepción ante las críticas, rechazos, malas palabras o actos que recibimos de los demás.
Simplemente actuamos. Nos defendemos. Nos parece natural que nos sintamos ofendidos, atacados y que actuemos en consecuencia. De hecho, nos parece necesario. Sentimos que es una manera de protegernos, de no dejarnos pisar, de mostrar nuestra fortaleza.
La realidad es que esta manera de sentir y de actuar que tenemos tan automatizada refleja todo lo contrario a lo que pretendemos. Evidencia, de hecho, confusión, sufrimiento y vulnerabilidad.
Vamos a ver por qué.
Cuando alguien nos ataca, ¿a qué realmente ataca? Pensamos que es a nosotros, a nuestro valor, nuestra identidad, a “mí”. Pero realmente lo que se ve dañado es nuestro ego.
El ego es una construcción que hemos hecho a lo largo de nuestra vida de todo lo que creemos que somos. Nuestro nombre, nuestra familia y amigos, nuestras creencias, nuestro cuerpo, nuestro trabajo…cogemos un puñado de muchas cosas, las metemos en un saco y decimos que eso es “yo”. Pues justamente eso es el ego y es lo que sangra cuando nos agreden.
Si nos hemos identificado con ese ego, por supuesto que duelen entonces los ataques. Mucho. Cuanto más nos hemos aferrado a ese “yo”, más.
Pero tenemos otras opciones. No tenemos que estar tan agarrados a esa identidad. En realidad eso no es lo que verdaderamente somos. Nuestro valor como seres humanos es imposible de arrancar, invulnerable ante la crítica, el fracaso y el rechazo.
Cuál es exactamente ese verdadero valor es algo que ya traté en el post de autoestima.
La cuestión ahora es poder flexibilizar esta relación que tenemos con nuestra identidad. Tomar un poco de distancia con ello.
Cuando alguien por la calle que no nos conoce nos habla mal, ¿por qué nos sentimos tan interpelados? ¿Por qué hay tanta diferencia entre que se lo digan a otro a que me lo digan a mí? Realmente no nos están atacando. No tenemos mucho, o nada, que ver con eso. Tiene mucho más que ver con esa persona y consigo misma.
Podemos hacer el ejercicio de hacer ver que se lo están diciendo a otra persona. La reacción emocional es bastante distinta entonces.
Imagina que vas por la calle con un disfraz, algo que te hiciera parecer totalmente como otra persona. Y tú estás dentro, resguardado y seguro. ¿Te dolerían mucho las malas reacciones de los otros? Probablemente mucho menos. Porque “eso” que está siendo atacado no lo verías realmente como tu identidad. Es un disfraz, no eres tú. Pues es esta misma sensación la que queremos conseguir. Si no nos identificamos completamente con nuestra identidad, si sabemos que es el disfraz que usamos para funcionar y estar en el mundo, entonces no nos molesta tanto que lo rechacen. La parte importante sigue estando dentro. Invulnerable, intocable y estable ante críticas y halagos.
Se suele ver la defensa personal ante un ataque o crítica como una manifestación de poder, de autoestima, de fortaleza. Todo lo contrario. En la medida en que reaccionamos ante eso, en esa medida somos vulnerables, nos sentimos heridos y amenazados. En esa medida estamos confusos porque nos hemos identificado con nuestro ego.
Reconocer eso es crucial para después poder ir trabajando poco a poco en intentar tener una relación más abierta y flexible respecto a nuestra identidad y también en ir encontrando las cualidades que realmente sí nos definen y nos aportan valor e identidad.
Es también importante entenderlo para poder visualizar y comprender esos procesos también en los demás. Cuando vemos que los demás atacan, critican, en vez de verlo como una amenaza, como una expresión de fuerza y superioridad, lo vemos como lo que es, una demostración de su propia vulnerabilidad, confusión y sufrimiento. Entonces la percepción de la situación es totalmente distinta.
Muchas veces pongo a mis pacientes el siguiente ejemplo: si un niño pequeño te está pegando, insultando y gritando, tú puedes ver más allá. Puedes ver que ese niño sólo está cansado, tiene sueño o hambre. O que está frustrado porque quiere algo, las emociones le desbordan y no es capaz de gestionarlas. No te enfadas con el niño. No te sientes agredido, insultado o amenazado y no respondes con ira ante todo eso. Te sabe mal que el niño se sienta así e intentas canalizar la situación de manera que se pueda calmar. Entiendes que el niño está en una situación de sufrimiento, confusión, mala gestión emocional y vulnerabilidad.
Un adulto es exactamente igual. Con un sistema un poco más sofisticado y sutil, pero el fondo es el mismo. En cuanto podemos realmente ver y sentir eso en los adultos que nos son antipáticos, o nos ofenden, o nos ocasionan cualquier tipo de molestia o agravio, toda la situación se transforma profundamente. Nos permite bajar la guardia, ver con más claridad y cambiar nuestra ira por compasión hacia esa persona, nuestra ofensa en entendimiento hacia sus emociones.
Podemos transformar una bala en una pluma.
Y podemos hacer igual con nosotros mismos. Tanto al ser nosotros los agresores como al ser los agredidos.
Estamos confusos. Somos vulnerables. Sufrimos. Estamos enganchados a nuestro propio ego. No pasa nada, es parte del camino. Pero reconocerlo y querer salir de ahí, ver dónde estamos y por qué y enfocar cómo lo queremos cambiar, sólo eso ya puede ser un profundo cambio en cómo interpretamos y percibimos todos.
Queremos ser compasivos. Con otros, con nosotros. Y eso lo transforma todo.
Comments