Aceptar que no seremos madres
- Sofia Cherigny
- 6 dic 2022
- 11 Min. de lectura
Actualizado: 9 feb 2023
¿Cómo aceptar que no vamos a poder ver cumplido nuestro mayor anhelo, nuestro deseo más profundo, más salvaje, más doloroso? ¿Cómo reconstruir nuestra vida, cómo dotarla de sentido cuando el eje sobre el que giraba se ha desmoronado?
Este artículo va dedicado a todas las mujeres que no han podido o no podrán ser madres, a pesar de haberlo querido de manera profunda e intensa.
Quiero empezar diciendo que el duelo por la no maternidad es eso, un duelo. Un duelo donde hay que despedirse de toda una vida no vivida y recolocar todo el amor que teníamos enfocado ahí.
Pero es un duelo diferente a otros por varias razones:
Primero, porque siento que es un duelo poco reconocido o infravalorado. En una muerte, un divorcio, todos entendemos que va a haber un tiempo indefinido, pueden ser meses o años, de elaboración del duelo. Recomponerse lleva tiempo, paciencia, cariño y apoyo. En un duelo por la no maternidad es exactamente lo mismo. Igual que las muertes, cada persona en función de sus características personales lo vivirá con diferente intensidad, tiempo y exteriorización. Pero en todos los casos se necesita este reconocimiento de que esa persona está atravesando un duelo, con todo lo que ello conlleva y lo que nos demanda al resto de personas de alrededor.
Segundo, porque, a diferencia de otros duelos, es difícil poner una fecha en la que empezamos este proceso. Cuando alguien muere, es incontestable. Nuestro duelo empieza en ese momento, lo queramos o no. No hay manera de volver atrás o alargarlo un poco más. En cambio, en el caso de enfrentarnos al hecho de que no vamos a ser mamás, es muchas veces complicado decidir en qué momento empezamos ese duelo. Podemos considerar todavía otra vía más, podemos alargarlo un poco más e intentar otra FIV…Incluso cuando ya todas las puertas están cerradas y el razonamiento nos dice que ya deberíamos apartar ese camino de nuestras vidas, queda muchas veces una pequeña esperanza, una pequeña ventana a: ¿Y si ocurriera un milagro y al final lo consigo? Como vemos, es difícil y requiere muchísimo coraje plantarse un día y decir: Vale, hasta aquí he llegado, cierro esta puerta y empiezo mi duelo. Nos encontramos entonces con duelos a veces difusos, que siguen teñidos de arrepentimiento, algo de esperanza y poco empeño en querer recorrerlo y dejar atrás el mayor anhelo.
Tercero, porque en este caso, la despedida es de una experiencia no vivida. ¿Cómo cambia eso las cosas? Creo que hay dos puntos importantes en esto. El primero es que las expectativas e idealización de algo que no hemos vivido es enorme. Sentimos que todo lo bueno del mundo estaba por llegar, pero al final no vino y no lo podremos experimentar jamás. El segundo es que tenemos que recolocar todo el amor que habíamos depositado en nuestro hijo que no fue. En un duelo por muerte o separación, podemos seguir amando igual a la persona que ya no está con nosotros. De hecho, eso es lo que nos queda cuando hemos podido elaborar esa despedida y aceptarla. El amor puede seguir intacto y es lo que nos salva. Pero aquí, no podemos vivir con ese amor colocado en ese hijo que no tuvimos, es insano. La aceptación conlleva colocar ese amor en otra parte.
Para cerrar el tema del duelo, quiero recalcar una similitud muy importante entre este tipo de duelo y los demás. Los duelos, todos, tienen un principio ( aquí un poco confuso, sí) pero también, si se elaboran bien, un final. No es un sentimiento de vacío existencial que va a quedar de por vida, es simplemente una fase de un duelo. Y los duelos, duelen.
Dicho todo esto, quiero empezar por el principio. ¿Cuándo poner el límite y aceptar que ya no vamos a ser madres? Creo que todos los seres humanos tenemos una intuición, que viene de nuestra naturaleza interior más sabia, que nos resuena cuando tenemos que tomar una decisión importante. Podemos intentar enterrar esa intuición, querer taparla o no saber escucharla. Pero ahí está. Llega un momento en que el coste emocional ( y a veces también económico y social, por supuesto) invertido en tener hijos es muy grande, demasiado grande.
Aceptar eso no es de ningún modo rendirse o algo de lo que tengamos que tener cierta medida de culpa o vergüenza. Todo lo contrario. Cerrar el camino de la maternidad y mirar de frente los otros caminos que deberemos recorrer requiere muchísimo valor y sabiduría.
Nadie puede dar ese paso por nosotras. Tenemos que ser muy honestas con nosotras mismas y ver si realmente merece la pena seguir intentándolo o no, si estamos preparadas para cerrar esa puerta o no y, por supuesto, buscar ayuda que nos guíe en esos momentos tan confusos, si lo necesitamos.
Una vez miramos de frente la realidad y la vida que vamos a tener que vivir, creo que lo primero es tener claro ¿Por qué nos sentimos así? ¿Cómo se ha ido generando este deseo que nos coloca ahora en un abismo existencial?
Hay mujeres que presentan un “instinto maternal” acuciado desde antes de empezar siquiera a hablar. Tienen un fuerte deseo de cuidar, de proteger, de calmar a seres vulnerables, principalmente representados por bebés pequeñitos, rosados y absolutamente necesitados de amor y cuidados. A veces una mezcla de genética y karma nos lleva a una predisposición muy fuerte a los cuidados maternales, de la misma manera que podríamos tener predisposición a determinados deportes o artes.
Pero es una minoría de casos. La gran mayoría de mujeres suele construir ese deseo a través del discurso cultural acerca de la maternidad. ¿Cuál ha sido principalmente el discurso que hemos ido internalizando? Que ser madre es el paso natural de una mujer, de una pareja. Que si no vivimos ese proceso estamos de algún modo incompletos, algo vital nos falta y nos faltará siempre. Que la máxima realización como persona proviene de crear y cuidar a otro ser humano. Que ser madre es lo más maravilloso que hay en el mundo, que no hay otro amor comparable al que puedas sentir por un hijo. Que te arrepentirás si no tienes hijos. Que la vida no tendrá nunca un sentido pleno sin hijos. Podría seguir con este discurso eternamente, pero creo que ya recoge los puntos principales que hemos estado recibiendo (a veces de manera abierta, a veces más sutilmente), procesando e integrando en nuestra mente, consciente o inconscientemente.
Creo que es muy transformador comprender bien que, si el discurso hubiera sido diferente, nuestra percepción ahora sería muy distinta también. Nuestro deseo seguramente no habría sido igual, incluso a lo mejor ni siquiera se habría formado, y el duelo y la crisis vital a la que nos enfrentamos ahora sería también muy diferente.
¿Qué hay de real en todo este discurso que hemos ido recibiendo e integrando desde que nacimos? Es importante poder reformular todas esas bases que teníamos asentadas y dábamos por ciertas para poder afrontar nuestro nuevo camino desde una perspectiva más realista, más equilibrada y menos dramática.
Empecemos por el principio. Una mujer, un ser humano, es un ser absolutamente completo desde que nace hasta que muere. Parece absurdo tener que puntualizar esto, pero en nuestra sociedad está muy arraigado el pensamiento de que los adultos se realizan en el momento de la paternidad, sobre todo las mujeres.
Es verdad que nuestra biología está totalmente destinada a ese objetivo. Pero es muy importante distinguir entre nuestra naturaleza biológica y nuestra naturaleza mental básica como seres humanos, ya que es ésta última la que realmente define quiénes somos, cuál es nuestro objetivo vital y cómo vivimos ese camino.
Desde un punto de vista budista, el único objetivo del ser humano es ser feliz y aportar felicidad a los demás seres, y la realización se consigue a través de la conexión real con los otros, conectando con el amor y la compasión que reside dentro de nosotros y expandiendo eso hacia fuera.
¿Qué tiene eso que ver con tener hijos?
Pues puede tener mucho o nada que ver.
Si hemos dicho que la fuente principal de felicidad consiste en la conexión con los otros y con el amor que reside dentro de nosotros, está claro que los hijos, la mayoría de veces, son entonces una gran fuente de felicidad. Porque los quieres mucho, muchísimo. Porque te desvives por ellos y tu mente está enfocada en su felicidad. Es muy fácil querer mucho a un hijo, es lo más natural del mundo. Pero obviamente estos sentimientos no están circunscritos sólo a los hijos. Todo ese amor, esa felicidad, la podemos trasladar a cualquier otra persona o animal del planeta. Querer a los demás como si fueran nuestro único hijo, es, de hecho, uno de los lemas budistas más importantes. Por lo que poder, se puede.
Los hijos dan sentido a la vida, sí, pero no por una continuidad de tu propia vida ni nada por el estilo. Dan sentido a la vida porque estamos llenos de amor por ellos, les ayudamos a crecer, les protegemos, nos preocupamos por ellos y nuestra mente está enfocada en otra persona que no somos nosotros mismos. No es porque les hayamos parido, ni gestado, ni tengan la misma carga genética, ni nos llamen mamá. Es porque les amamos profundamente y les cuidamos.
Ese MATERNAR, esa necesidad de amar, cuidar, proteger, no está para nada limitado a los progenitores.
Creo que ése es el gran problema a la hora de enfrentarnos a que no podremos ser madres. Nos quedamos con mucho, mucho amor que dar. Y ese amor se vuelve profundamente doloroso, estancado y muriendo en nuestro cuerpo. Pero no debería ser para nada así. Todos, todos, necesitamos ser maternados en cualquier momento de nuestra vida. No ser madre te da la oportunidad de trasladar ese amor a personas, animales, que ya están en el mundo y que lo necesitan. Tendremos que reorientar nuestros objetivos, pero en el sentido de que tendremos que quizás poner más esfuerzos o ser más creativos para encontrar a quién y cómo dar todo eso.
La maternidad es mucho más amplia de lo que nos han hecho creer. Todos los seres del planeta necesitan nuestro cuidado, atención y amor. No tener hijos propios te da un abanico enorme de seres hacia los que volcar todo eso. De esta manera nuestros padres, hermanos, sobrinos, nuestros vecinos, amigos, nuestra lucha por el medio ambiente, por los animales… pueden convertirse en nuestros hijos, en nuestra lucha, en nuestra preocupación y responsabilidad.
Creo que uno de los mayores errores a la hora de aceptar la no maternidad y reorganizar nuestro futuro, es cambiar los planes de hijos por otras cosas mucho más superficiales. Ocio, viajes, comidas… Está claro que si no tenemos hijos vamos a tener mucho más tiempo para todas esas cosas. Y realmente está genial. Podemos disfrutar de muchas cosas, cultivarnos, relajarnos, entretenernos… pero ésa no es la esencia de la vida. Llega un momento en que sentimos que eso no nos llena del todo. Ya hemos explicado lo que da sentido a nuestra existencia (puedes leer, para ampliarlo, el artículo El sentido de la vida). Tanto los que somos padres como los que no, tenemos que esforzarnos por encontrar esos objetivos vitales que están fuera de nosotros mismos y abarcan e integran la felicidad de otros seres.
Aclarado esto, que me parece la parte más esencial, creo que es muy importante también ver cómo ese discurso que antes mencionaba, ha contribuido a idealizar una situación, generando unas expectativas irreales y un deseo sobredimensionado, con la frustración y dolor que conlleva al no verse cumplido.
Ser madre no es de manera incontestable lo más maravilloso del universo. Tiene momentos maravillosos y momentos muy complicados. Como la vida misma. Como todas las situaciones del mundo. No es para nada una situación idílica, con mariposas revoloteando, bebés siempre sonrientes y padres extasiados. Creo que es una imagen que conviene bastante a los negocios de fertilidad, pero dista bastante de la realidad. La maternidad puede ser muy dura y acarrea una gran carga mental de por vida y mucha preocupación y sufrimiento. ¿Compensa? En general sí, la gratificación es muy muy grande y compensa con creces.
Pero tenemos que apartar un poco de nuestra mente que, con un bebé en la barriga, nuestra vida automáticamente se volvería de luz y color, todo sería excitante, fantástico, porque la realidad no es así. Cómo somos de felices es algo que proviene de nuestro estado mental, de cómo nos relacionamos con nosotras mismas y los demás. No tiene tanto que ver con lo que pasa ahí afuera, por lo que es algo que podemos trabajar sea cual sea nuestra situación vital.
Otro gran problema de la infertilidad es que la búsqueda de un bebé suele volverse el centro de nuestra vida. Es nuestro mayor y casi único objetivo, nubla todo lo demás, empaña todas las relaciones. Toda nuestra vida mental, social, laboral, familiar está supeditada a nuestro proyecto bebé. Cuando eso cae, nuestra vida cae también. Se abre una brecha bajo nuestros pies y el futuro es incierto y da miedo, la vida se tiene que recomponer y las relaciones se tienen que ajustar a eso también. Pero todo viene de haber colocado la maternidad en el centro de nuestra vida. Es lo más habitual, lo más normal y entendible, porque es un tema que genera muchísima obsesión y la presión de la sociedad, del entorno…todo genera un cóctel perfecto para caer en ello. Pero todo eso provoca que hayamos pasado años de mucho estrés y ahora estemos ante un abismo vital. Si hemos colocado la maternidad en el centro, tendremos que aprender a recolocarla en un sitio más realista, más equilibrado y más sano para continuar con nuestra vida.
Vemos entonces cómo reconstruyendo el discurso que hemos internalizado, recolocando la maternidad en un punto más equilibrado y realista y reorientando el sentido de nuestra existencia de una manera sana y acorde a nuestra naturaleza, puede cambiar completamente el panorama de cómo nos enfrentamos a nuestra nueva vida como mujeres. No la que habríamos elegido, pero la que tenemos que recorrer.
Únicamente quería añadir una cosa más acerca de cómo esta situación nos puede hacer cambiar las relaciones con los demás.
No voy a entrar en el tema de la pareja, creo que es un tema que puede ser muy complejo y merece un artículo aparte. Tener hijos suele ser un mazazo para muchas parejas, pero no tenerlos lo puede ser todavía más.
Me refiero al hecho de cómo tratamos nuestro dolor con respecto a los demás. Dado que es un tema que acarrea cierto grado de culpa y vergüenza, solemos poner un muro entre nosotras y los otros en todo ese aspecto. Y creo que, en general, es algo que no nos reporta nada muy positivo.
No hay absolutamente nada de lo que tengamos que avergonzarnos. Éste ha sido nuestro camino en la maternidad. No ha salido como queríamos. Tenemos dolor por eso y lo estamos transitando. Ya está. Igual que millones de personas con otras miles de situaciones diversas. Muchas veces ocultamos esa parte de nosotras para no sentirnos vulnerables, para que no nos hagan daño, para no dar pena o cosas por el estilo. Pero es real, es nuestro dolor, está ahí. No hace falta decirlo a todo el que te cruces, obviamente, pero no suele ser muy sano que se quede sólo en la pareja, o en la familia más cercana. Ocultar una parte muy importante de nuestra vida crea unos muros de separación entre yo y los otros, y eso en sí ya se vuelve doloroso.
Todos tenemos nuestras vulnerabilidades. Es algo que compartimos todos los humanos. Y, aunque a veces sientas que la gente no sabe responder bien ante eso, que no tiene tacto o empatía… reconocer ante ti y los demás que estás transitando este dolor, que tú sí que querías tener hijos pero no pudo ser, puede hacer que estés más tranquila, más arropada por otros y segura de que estás recorriendo el camino que tienes que recorrer con consciencia, con aceptación y en paz contigo misma.
No es un camino fácil. Es un duelo complejo y cada mujer lo transitará de manera única, igual que son únicas las circunstancias y emociones que ha vivido a lo largo de todo el proceso. Rodéate de otras mujeres que estén pasando por lo mismo. Pide ayuda si sientes que la necesitas.
Acepta las circunstancias que te han tocado vivir, sácales todo el provecho posible. Al final, si eres feliz o no va a depender sólo de ti misma, de nadie más.
Comments